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NIÑOS DOLIENTES IV: DE LOS 6 A LOS 8 AÑOS, UNA ETAPA COMPLICADA


Como se comentó, los niños de 3 a 5 años no temen a la muerte, pues no entienden su irreversibilidad, para ellos es como dormir, se puede regresar. Viven la muerte como una separación o partida.

Sin embargo, de los 6 a los 8 años se abre una etapa complicada para asumir una pérdida, pues ya comienzan a tener capacidad para comprender que la muerte supone una pérdida permanente, que es irreversible (hacia los 7 años la mayoría ya conoce las consecuencias de una muerte y a los 8 años todos conocen sus implicaciones), ya no poseen la protección que les ofrecía el pensamiento mágico de la etapa anterior y todavía no han adquirido otras formas de afrontamiento de la pérdida alternativas a la fantasía, propia de la etapa anterior.

Esta vivencia de la muerte como algo final les genera MIEDO, temen que les pueda volver a suceder la tragedia, que les separen de la familia o que puedan quedarse solos. Sin embargo, no temen que les pase a ellos pues, aunque comprenden la irreversibilidad de la muerte, todavía no comprenden su universalidad, que nos pasa a todos.

En estas edades es más probable que posean experiencias previas de pérdidas que, en función de la naturaleza e importancia de las mismas para el menor, de la proximidad en el tiempo entre las pérdidas y de las explicaciones que se hayan dado a dichas pérdidas previas, pueden facilitar o dificultar posteriormente el duelo en niños por una pérdida significativa (padre, madre, hermanos, abuelos…). Así haber sufrido pérdidas importantes previas, como el divorcio de los padres, una enfermedad grave o discapacidad, próximas en el tiempo, y haber recibido explicaciones insuficientes o inadecuadas, aumentan la vulnerabilidad a complicaciones en el duelo, mientras que pérdidas de menor significación (la muerte de una mascota o de un familiar que apenas se conocía), no próximas en el tiempo y que recibieron explicaciones adecuadas, preparan al menor para futuras pérdidas significativas disminuyendo su vulnerabilidad.

Esto da muestra de la importancia de dar explicaciones adecuadas y de preparar, en lugar de sobreproteger, a nuestros pequeños para algo que forma parte de la vida y que tarde o temprano se enfrentarán al dolor que genera una pérdida significativa.

Otro aspecto del desarrollo evolutivo a tener presente en la elaboración del duelo, además de su capacidad para comprender el significado de la muerte, es que comienza la edad de la socialización, y con ella, empieza su interés por las normas socioculturales y costumbres que rodean al fallecimiento, como los ritos de despedida y costumbres. Este interés se manifiesta en una intensa curiosidad por las causas y lo que se esconde tras la muerte, lo que les impera a preguntar por los detalles concretos de la misma, a pesar de que le pueda asustar la muerte.

Debido a este comienzo de su socialización, los niños pueden querer participar de los rituales de despedida, como el velatorio o funeral. A partir de los siete años pueden y deben participar, siempre que el niño o niña así lo desee, nunca se les debe forzar a asistir, y siempre se le explicará previamente lo que va a ver y a hacer en el tanatorio, funeral o cementerio, empleando un lenguaje sencillo, y siempre asistirá y estará acompañado de un adulto de su confianza, que le guíe y apoye durante los actos y en caso de que le produzcan ansiedad poder sacarle de la situación.

Asimismo, los niños muestran unas precarias y rígidas normas sociales, influidas por la educación familiar, social y religiosa y por su incipiente socialización, que les hacen percibir la muerte como un castigo por las malas acciones.

Esta curiosidad de los niños por aspectos concretos de la muerte, que en ocasiones puede resultar muy morbosa, unida a su percepción de la muerte como un castigo y a que, en muchas ocasiones, no se sabe cómo tratar el tema de la muerte en el contexto escolar, puede desembocar en que al menor le llegue información inadecuada del entorno que le confunda y le lleve a elaborar explicaciones asociadas a sentimientos de culpa, cuyos efectos le dificultarán su proceso de duelo.

Por lo que se recomienda, por un lado, indagar si el niño se culpa, para proceder a su desculpabilización, y por otro lado, controlar la información en el ámbito escolar, de forma que, ante la muerte del familiar de un alumno de más de 7 años, los profesores estén muy atentos a las afirmaciones y preguntas que puedan realizar tanto el alumno como los compañeros, ya que con sus preguntas o comentarios le pueden dañar aún más e incluso puede desembocar en fobias escolares.

Como medida preventiva de un flujo de información inadecuada, es recomendable dar una explicación de la muerte en la que se incida cuidadosamente en sus causas, basadas éstas en factores externos a la persona y procesos generales, más que en explicaciones emotivas o románticas y en aspectos concretos o morbosos del fallecimiento, que dañarán al menor. Así, en las explicaciones sobre qué es la muerte y sobre sus causas, se deben seguir las siguientes pautas:

- No demorar la notificación de la muerte, para evitar que busque explicaciones en otras fuentes.

- Hacerlo con serenidad, dulzura y afecto y en un lenguaje sencillo y concreto, sin añadir comentarios o preguntas que el menor no ha hecho

- Aclarar todas sus dudas, sin mentirles ni entrar en detalles morbosos, repitiendo las explicaciones cuantas veces haga falta.

- Si no sabemos algo se debe admitir que no se sabe.

- Las explicaciones deben acercar al menor a la comprensión de la no funcionalidad tras la muerte (el cuerpo ha dejado de funcionar, ya no puede hacer nada de lo que hacía, ni sentir nada) y de la causalidad de la muerte, de forma que no se culpabilice.

Para promover la desculpabilización, hay que señalar que existen circunstancias que están bajo nuestro control (v.g. cómo vestirnos , qué comer,...) y otras que se escapan a nuestro control (v.g. que salga el sol, enfermar, las injusticias), y que entre las incontrolables está la muerte, haciendo hincapié en que nada de lo que haya dicho, hecho o sentido el menor ha causado la muerte de su ser querido. Se les debe repetir cuantas veces haga falta que ninguna persona puede causar la muerte con un pensamiento o deseo.

Añadir que, al igual que en la etapa anterior, es importante emplear superlativos, como "muy", en las explicaciones, para que los niños puedan distinguir entre la gravedad de las causas que pueden llevar a una muerte y la que no, por ejemplo, estaba "muy, muy, muy enfermo" para distinguir una enfermedad grave de un resfriado.

Como se aprecia en lo expuesto, el duelo de los niños se puede complicar cuando lo elaboran con información inadecuada, pero ¿cómo saber que se está complicando? Para responder a esta pregunta primero hay que saber cual es la respuesta normal, y ésta depende de su desarrollo emocional en el momento del suceso.

A estas edades sus emociones son intensas, extremas, contrarias y cambiantes, pasando rápidamente, en cuestión de minutos, de una emoción a la contraria, por ejemplo, de la alegría al llanto y viceversa. El malestar emocional asociado a la pérdida se suele manifestar en forma de regresiones (v.g. pérdida del control de esfínteres), sensación de abandono o rechazo, rabia, cambios de comportamiento respecto al que mostraba previamente a la muerte del familiar (v.g. mayor agresividad, insociabilidad, rechazo a otros familiares…) y síntomas psicosomáticos (v.g. dolores de cabeza, estómago, inapetencia, hipocondría).

Estas reacciones son respuestas normales ante el fallecimiento de una persona significativa, recomendándose buscar asesoramiento psicológico especializado cuando pasen 2-3 meses y su estado no mejore o empeore, si aparecen cambios marcados en el rendimiento escolar o en el interés por las actividades que realizaba antes del fallecimiento y/o cambios extremos en la conducta.


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