CRISIS VITALES Y DUELO: CAMBIOS Y ADAPTACIÓN

Durante el transcurso de nuestras vidas, nos enfrentamos a distintas situaciones complicadas y amenazantes, como enfermedades limitantes o mortales propias o de seres queridos (cáncer, demencias...), dolor prolongado en el tiempo, muertes, separaciones, paro, falta de independencia y autonomía, procesos judiciales, la jubilación, ser padre o madre... que se traducen en crisis vitales o existenciales.
Todos estos sucesos tienen en común que suponen un cambio o una ruptura del mundo tal y como lo conocíamos, se acompañan de un enorme sufrimiento por la pérdida que todo cambio conlleva, y afectan a nuestro funcionamiento diario lo que requiere una adaptación a la nueva situación, adaptación que es lo que se conoce como duelo, y a lo que nadie nos enseña. De esta adaptación participan las respuestas de estrés y psicoemocionales que en ocasiones nos preocupan por considerarlas que no son normales, sin embargo, la realidad es que toda reacción o respuesta, ante estas situaciones poco habituales, es normal y esperable y nos ayuda a cerrar y sanar heridas.
De manera que es como si camináramos por la vida descalzos y, con frecuencia, nos dañamos y hacemos heridas con las piedras del camino. Estas piedras, que son las pérdidas asociadas a las situaciones arriba mencionadas, nos generan heridas que nos dificultan al principio caminar por el dolor que causan y que, si no se sanan de forma adecuada, se pueden infectar y enquistar doliendo más intensamente y durante mucho más tiempo después de cicatrizada la herida. Para sanar y evitar que se enquiste o infecte una herida hace falta limpiarla y sacar las impurezas.
En las heridas del alma, es decir, en las producidas por pérdidas, de la limpieza se encargan las emociones asociadas al dolor que, cuando se expresan adecuadamente, permiten expulsar los cuerpos extraños de la herida y limpiarla, sanando así sin enquistarse. Pero cuando estas emociones no se expresan adecuadamente, la herida se infecta, doliendo y tardando más en curar y dificultando nuestro caminar.
El duelo es un proceso (sanar la herida) que nos ocurre a todos, e implica superar unas tareas (limpiar la herida) que evitan que el proceso se bloquee por una inadecuada expresión de las emociones (infectarse y enquistarse la herida). El duelo requiere para sanar la herida: aceptar la realidad de la pérdida y expresar las emociones de forma adecuada (ser plenamente consciente a nivel racional y emocional de la misma y de sus implicaciones pero, como se comentaba, en ocasiones, es tan elevado el dolor emocional que tenemos que tomarlo a pequeñas dosis o anestesiarlo, por eso frecuentemente, aunque sepamos qué ha ocurrido, nos distanciamos del dolor emocional al ser tan elevado, es como si podemos ver la herida pero no sentimos su dolor con plenitud). Pero la anestesia o distanciamiento de esas emociones dolorosas durante un tiempo prolongado puede hacer que se enquiste el dolor y aumente. Como en una herida, en la que existe un cuerpo extraño, se forman secreciones que lo expulsan y limpian la herida, permitiendo a ésta cerrarse y cicatrizar sin infectarse o enquistar, pues en las heridas del alma, las emociones son las encargadas de ayudarnos sacar y limpiar la herida cuando las ponemos en palabras. Pero si no se expresan las emociones adecuadamente, la herida se infecta y puede aparecer desesperanza, depresión, fobias…
El objetivo no es seguir adelante como si no pasa nada, el duelo consiste en cerrar y sanar una herida y aprender a vivir con la cicatriz de la herida, con su recuerdo, se trata de sacar el dolor de ese recuerdo, hasta que se consigue que sea un dolor tolerable o desaparezca.
Para lo que disponemos de distintos mecanismos de adaptación consistentes en reacciones fisiológicas, cognitivas, psicológicas y emocionales cuyo objetivo es protegernos del dolor, limpiar la herida y elaborar ese dolor dando un sentido a la pérdida y a la nueva vida.
Comprenden una serie de reacciones que nos alejan de un dolor tan intenso que requiere afrontarlo poco a poco, y otras reacciones que nos aproximan al dolor para ir rebajándolo y sanando la herida. De forma que, es normal protegerse del dolor en los primeros momentos en los que nos enfrentamos a situaciones tan complicadas, sintiéndonos fuera de lugar o sin emoción, negando lo sucedido, evitando hablar, pensar, o ir a lugares que recuerden lo ocurrido. Estas reacciones son naturales, son la forma que tiene la mente de desconectar de una realidad poco agradable o de distanciarse de la misma, para darse un respiro y coger fuerza para continuar caminando.
Poco a poco, el dolor se hace más consciente, lo que va a permitir elaborarlo y aliviar el sufrimiento. Es frecuente que se produzcan síntomas intrusivos como imágenes mentales, pesadillas o rumiaciones constantes sobre lo sucedido, que cumplen la función de dar un sentido a la experiencia y asimilar lo sucedido sin olvidar lo perdido por la situación. Es como cuando, al no terminar una película, su mente le da vueltas e intenta buscarle un final comprensible, a la vez que, son un intento de la mente de no olvidar a las personas o cosas que se han perdido con el suceso.
Cuando este dolor se va haciendo consciente, se puede producir un impacto en nuestra forma de experimentar el mundo. Así, en nuestro caminar por la vida, nos rodeamos de una burbuja mágica que conforma nuestro mundo seguro (un mundo en el que estamos protegidos, con sentido y justo, predecible en el que tenemos control, del que somos dignos y merecedores y en el que las cosas malas les ocurren a otros). Pero al hacernos conscientes del dolor, la burbuja se rompe y nos invaden unas intensas sensaciones de pena, miedo, ansiedad, e injusticia, que conduce a sentir rabia por lo que pudo ser y no fue y por lo que ya no podrá ser.
Todas estas emociones buscan reconstruir esa burbuja, elaborar el dolor y dar un sentido de nuevo a la vida y a lo ocurrido.
Reiterando la inevitabilidad del dolor tras una pérdida, ésta se acompaña de una profunda pena y tristeza, emoción que tiene como función el hacerte detener, pensar y prepararte para continuar en tu vida con más ligereza. Es como cuando una nube llena de agua se detiene y deja caer la lluvia que lleva dentro para continuar su trayecto ligera y rápida.
Quizá lo más aterrador de la pena sea que, durante un breve período de tiempo, uno se puede ver rodeado del muro de la desesperanza que borra de la vista toda esperanza y hace difícil obtener consuelo de otros seres vivos, pues el muro les impide el paso. Sin embargo, se tiene que saber que ese muro de desesperanza es un espejismo temporal de nuestro sufrimiento por la pérdida, que a medida que se va elaborando el dolor también va desapareciendo, y podemos ver así los manantiales que se esconden tras ese espejismo en nuestro entorno.
Esta ruptura del mundo seguro por una situación inesperada que nos desborda, genera una sensación de falta de control, que nuestra mente trata de restaurar buscando una explicación a lo sucedido. El problema surge cuando aparece la culpa, que es un intento frecuente de explicar el suceso asumiendo la responsabilidad de controlar algo que no está en nuestras manos, es como exigirnos que no anochezca, no está en nuestras manos que salga o se quite el sol. La culpa, sobrecarga de sufrimiento las explicaciones, por lo que conviene liberar esa culpa.
Romper la burbuja da paso a muchos temores que pueden aparecer, a que vuelva a ocurrir, a que le ocurra a otros seres queridos, al futuro incierto, a enfermar, a la propia muerte…. El miedo, acto natural de la prudencia, es una emoción natural que todos tenemos para protegernos y defendernos de algo que nos podría hacer daño. Es como cuando un ciervo al ver al cazador pasar, huye o se esconde de quien podría lastimarlo.
Al verse afectado nuestro mundo seguro y justo, la realidad se tiñe de injusticia y nos inunda de rencor, algo comprensible cuando no se percibe un apoyo suficiente por parte de quien se esperaba acompañamiento, cuando tus planes de futuro se ven frustrados, cuando pasa algo que es impuesto y no por decisión propia, como es enfermar o la muerte….
Por tanto, el rencor es normal, pero es una emoción devastadora pues solo le hace daño a quién lo posee, es como un carbón incandescente que sujetamos en la mano con la esperanza de arrojárselo a quien nos causo un daño, pero al final el único que se está quemando con el carbón incandescente en la mano es uno mismo.
Cuando estás reacciones se mantienen en el tiempo o dificultan sobremanera seguir viviendo con la nueva situación, es el momento de buscar ayuda de un profesional para evitar que la herida se enquiste y el dolor se prolongue y magnifique.